Después de cuatro años de no verlo, ni saber nada de él, me reencontré con Alberto; un viejo amigo con quién compartí muchas borracheras y noches de antro durante la década de los veinte. Nuestras vidas tomaron un rumbo distinto cuando a los 29 su galán en turno le pidió, después de tres semanas de conocerse, formalizar su relación. El ilusionado Beto aceptó. La noche que me lo comentó escuche todos sus proyectos en común: renta de un departamento, compra de muebles, ambos eran perreros, tendrían dos yorkshire, reuniones con amigos, el primer viaje lo harían a París y sobre todo: “a hacer el amor, mucho, toda la vida”
Después de su luna de miel, me escribió un mail en el que adjuntó algunas fotos y una breve nota: “Estoy feliz, he dejado todos los males de la soltería para dedicarme a hacerle el amor a mi gordo”. Con el tiempo y al no recibir noticias de él me di cuenta que en la lista de “los males de la soltería” iba yo incluido.
Así nos reencontramos: él, enfundado en su vida perfecta buscaba muebles para remodelar su estancia mientras yo perseguía a un “ligue” hasta el área de alfombras. Estaba tan entretenido mirando las fenomenales nalgas de mi soltero compra-tapetes que no me di cuenta cuándo y en qué momento llegó. Sí, era yo responsable por haber ingresado en el espacio dominado por los aspirantes a sociedad en convivencia: el departamento de Hogar en El Palacio de Hierro Durango. Siempre evité esa área porque los solteros pertenecemos al departamento de caballeros y sólo los “elegidos” pueden bajar al sótano para amueblar sus sueños. Y como yo no tenía con quien soñar, el único consuelo era seguir soñando con un candidato.
Después de un saludo más atropellado que el que hubiese tenido con el señor compra-tapetes-ya-se-fue, decidimos tomar un café. Ahí, sentí la incomodidad generada por el reencuentro con un “viejo amigo” que hace años pasó a ser un conocido y después un desconocido. Alberto salvó el momento “había mucho que contarme” Primero: lo sucedido en su vida: Segundo: lo sucedido en la vida de Luis: Tercero: la vida y gracia de los perros. Cuando llegó mi turno la única opción para extender mi relato era mencionar a aquellos con quienes compartí la cama pero para no hacer consciente mi promiscuidad me sujeté a hablar sólo de mí.
- ¿Y sigues de pito fácil ó ya le bajaste? – Me preguntó desde su silla de monógamo enamorado.
- ¿Tu que crees? – Le contesté, incomodo por entrar en ese tema con un conocido desconocido.
- Que sí –
- Pues sí, sabes que la novedad me calienta. – Me sinceré.
En efecto, si para Alberto hacer el amor era la mejor forma de tener sexo, para mí, el mejor sexo era el coger con un ligue un máximo de dos veces, siempre y cuando la novedad siguiera latente. Alberto necesitaba de su departamento, su cama, sus muebles y los sentimientos hacia y provenientes de Luis para tener el mejor sexo. Yo necesitaba saber lo básico de un wey (su nombre, apellido y número telefónico (fundamental)) para lo mismo. Las emociones no me importan, inclusive, creo firmemente, son las responsables de que el sexo entre pareja se espacié (en el mejor de los casos) o desaparezca (en el peor).
Cada uno defendíamos nuestro punto de vista; no sé si excusando nuestro estilo de vida para evitar sentirnos juzgados desde el extremo contrario ó éramos sinceros al exponer cuál creíamos que era la mejor cama. Ambos fingíamos un poco, Alberto olvidó que una de sus mejores relaciones sexuales la tuvo con un wey del que nunca supo si el nombre que le había dado era real. Y yo no quise mencionar la ocasión cuando después de cuatro encamadas con un wey le dije “me vengo mi amor” mientras eyaculaba. Fue una venida maravillosa, pero también significó la ida de aquel cabrón.
- Pablito ¿No se te antoja hacer el amor? –
- No te sientas rechazado wey, no me gusta repetir - Le dije guiñándole el ojo. En ese momento Alberto se convertía en el viejo amigo de farras, aquel que creía que para entregar las nalgas tenía que existir “amor”
- No seas pendejo – soltó después de una carcajada – Neta ¿No se te antoja hacer el amor? Es decir ¿Coger con alguien a quien amas?
- A ver pinche Beto, más despacio. ¿Tu coges con tu wey ó haces el amor?
- Cojo y hago el amor con mi wey.
- ¿En verdad coges con Luis?
Dudó en la respuesta. Estábamos en el punto preciso de la discusión: Cierto que con un free no se puede hacer el amor, lo he dicho: se necesitan primero que nada: amor. Para coger se necesitan sólo las ganas y no debe haber mayor emoción. Mi duda era ¿Se puede coger con una pareja donde se involucra el corazón?
Alberto me confesó que para romper con la rutina fantasearon con ser dos desconocidos, la experiencia fue buena, después optaron por depilarse para sentir cuerpos ajenos, les funcionó. Esos juegos les permitió vivir un año de buen sexo, ahora se le ocurrió a Luís sexear con el lenguaje. Pero a Beto le incomodó tanto “vas, cómetela, para las nalgas puto, ¿te gusta la verga?” y para disfrutarlo tuvo que eliminar a Luís y pensar en el guardia de seguridad de su oficina.
Acepté no tener tanta imaginación, por lo cual sigo siendo adicto a la novedad, al encuentro furtivo, a no imaginar al guardia de seguridad sino a llevármelo a la cama.
- La verdad, le dije, es que montarte a un wey por primera vez es cómo manejar tu primer coche. ¿Cuántas veces no quieres estrenar coche?
Debo reconocer que como a Alberto se le antoja coger y no hacer el amor, hay momentos en los que a mi aburre estrenar tantos coches, a veces es tiempo de tener un favorito.
Hoy me he quedado pensando en ello, todo empieza cogiendo y todo termina cogiendo. Coges con un wey, sigues cogiendo con él hasta que vas haciendo el amor y después vuelves a coger con él, sólo se amplía tu menú de posibilidades nocturnas: coges o haces el amor. Pienso esta noche en Alberto y se que esta “cogiendo” con Luís, lo habrá vestido de algún personaje exótico. Yo saldré de casa en busca de la cuarta cita… me pone nervioso perder esa novedad que me gusta tanto, pero a veces el amor también resulta novedoso.