martes, noviembre 15, 2005

TRAS SUS PASOS 2

No voy a explicar cuándo ni cómo lo decidí, sólo tengo claro que debo encontrarla. El imbécil de Andrés estaba demasiado pedo para ubicar el nombre de la rue, mencionó la Place de la Republique como referencia, no ayuda mucho, pero de algo sirve.

domingo, noviembre 13, 2005

TRAS LOS PASOS

Ayer sábado, tuve la mala suerte de contagiarme con la aspereza de una tarde melancólica. Días atrás, Andrés, un viejo amigo, tuvo la insípida ocurrencia de invitarme a una parrillada en Cuernavaca, quería celebrar su cumpleaños en compañía de quienes fuimos sus mejores cuates en la universidad. En un principio, su reaparición en mi vida me incomodó, inclusive, mi reacción inmediata fue excusarme bajo cualquier pretexto. Tenía más de cinco años sin saber de él y durante ese tiempo jamás tuve la mínima necesidad de buscarlo, sólo me rendí a la arbitraria voluntad del destino y a él lo consideré una víctima más del olvido.

Durante la semana, confronté mi desánimo por participar en una orgía de anécdotas simples y caducas contra la curiosidad y el morbo por la posibilidad de reencontrarme con Mariela o por lo menos: saber si alguien tenía noticias de ella. El simple hecho de recordarla me provocó tanta ansiedad que un día después de hablar con Andrés tuve que retomar mi dosis de prozac para no hundirme en una depresión y desequilibrar mi “vida perfecta”. No me atreví a preguntarle si sabía algo de ella, desde su desaparición, todos fingieron una hipócrita amnesia en un intento por evitar que su ausencia fuera más lastimosa para mí; aunque de vez en cuando alguien rumoreaba algún comentario, conclusión ó noticia corrida de voz en voz; cuando llegaba a los oídos de Andrés, su conducta era la misma: hablar de mil ocurrencias, beber, emborracharnos y al final me confesaba, con un gesto de seriedad fúnebre, de que se había enterado.

La rutina del alcohol, seriedad, lágrimas, declaraciones de lealtad y finalmente la revelación del rumor, se prolongó por un par de años más después de terminar la carrera hasta que no hubo nada que comunicar, así fue como perdí contacto con Andrés. Nadie, ni él, supo que yo fui la última persona con quien Mariela habló, tampoco se enteraron de las dos cartas que me escribió después de su partida.

A Mariela la conocí en el primer semestre de la licenciatura y forjamos una amistad que sólo cinco veces cruzó los límites del sexo; motivados más por la embriaguez, el ocio o la urgencia de coger que por el deseo mutuo. Compartimos muchas causas, nos embriagamos en diálogos nocturnos y discusiones enfocadas a llenar el vacío que sentíamos, a reconocernos como una generación sin identidad, como dos seres perdidos en el sueño de su necia existencia vegetativa.

El viernes acepté asistir: negarme a revivirla era vivirla en la negación. El sábado, bajo el sol y los vientos enredados de nostalgia que corren en otoño, me reencontré con los rostros de mis antiguos compañeros. Ella no estaba. Me sorprendió el cambio en ellos, antes eran rostros cargados de ilusión, ahora tenían miradas de frustración, gestos de amargura, sonrisas de autocomplacencia, barrigas de incertidumbre, caderas de aburrición y voces que hablaban de los hijos, las propiedades, la oficina; en un ejercicio por establecer la marca del ejemplar más productivo de nuestra generación. Yo escuchaba, tragaba cervezas, atento a la borrachera de aquel sujeto de aspecto tan poco parecido a Andrés.

Mientras todos hablaban de su presente y planteaban sus planes inmediatos, yo me hundía cada vez más en la imagen de Mariela. Empecé a extrañarla y sentí su ausencia: aplastarme, dolerme, decepcionarme. Había oscurecido cuando miré nuevamente a Andrés: seguía bebiendo.

Cerca de la media noche, me sentí harto de esperar -igual y ese cabrón no sabe nada- pensé. Me acerqué a él y le dije que me marchaba. Su rostro perdió esa sonrisa estúpida del reencuentro y me pidió esperar; así lo hice, dos horas más y la cuota estaba pagada: Mariela está en París.

jueves, noviembre 03, 2005

APOTEOSIS DE UN VOLADO

¿Para que sirven los recuerdos?, que mierda, ¿que son los recuerdos?, ni puta idea y en este momento no pienso responder esas dos preguntas, es más: me vale madres; y si soy franco, las he escrito más para justificar mi estúpida visión de que al escribir debo poner algo interesante. A la chingada, actuaré como un pintor quien después de los primeros trazos tiene de dos: seguir o mandar al diablo el lienzo... he decidido seguir.

El caso es (y toda esta mamada empezó por eso) que no se porqué carajos me acordé de mi ex, con quien compartí ocho años de mi vida y a quien le debo muchas de mis frustraciones. Recordé cuando ambos teníamos 22 años y compartíamos la ambición por tragarnos la vida, los sueños y los esquemas... los estúpidos esquemas que terminaron siendo nada más que un ridículo juego de azar. Ambos abogados, uno: fiel creyente del estado de Derecho, las instituciones y del añejo ideal de un mundo mejor; el otro: fiel creyente del precio de las instituciones, del costo de la honradez y de las leyes, de la falta de calidad humana y de su inquebrantable belleza, cuya única gran virtud era mi urgente necesidad de amarla.

Pues bien, ambos crecimos estereotipándonos y forjamos, lo que entre los dos llamamos, nuestro patrimonio: un conjunto de bienes muebles, inmuebles y demás objetos que el hombre actual necesita para llenar su vacío existencial (no fuimos la excepción). Años después de haber iniciado aquel inútil viaje en el tiempo, nos creímos la versión de nuestras emociones del uno hacia el otro y nos amamos, tanto nos la creímos que empezamos a olvidarnos de ella.

Los años nos hicieron viejos y dejaron estragos, ambos decidimos darle en la madre a la apoteosis de nuestra historia y al final quedaron los bienes, ahí: inmóviles, mirando, esperando el siguiente acto, esperando al heredero que tantas veces invocamos, esperando nuestra muerte, el fin, la destrucción. Una tarde antes de separarnos físicamente y terminar con todo, nos reunimos en la sala y empezamos por dividir los objetos: esto es tuyo, esto es mío y nuevamente las cosas entraban en acción, despertando la ambición y el odio (de por si bien vivo). Entrábamos en disputa por una litografía, un candelabro, una pendejada. Mi ex no pensaba en ceder, jamás lo hizo en un tribunal, en un juicio de divorcio: no lo iba a hacer en su propio divorcio. Nos miramos y llegamos al brillante acuerdo: Un volado: águila tú, sol yo.

En un volado resumimos el pasado, dejamos que el azar repartiera los objetos, los recuerdos, la miseria y la ilusión. Sentados dentro de una fría habitación, con poca luz y con el alma desgarrada y los recuerdos quebrando la respiración, los dos, uno frente al otro, empujabamos una moneda para decidir quien ganaba y quien perdía... hoy sólo trato de ubicar en qué puto momento la moneda me obligó a cargar con este pinche recuerdo que hace bulto en mi cerebro.

miércoles, noviembre 02, 2005

DÍA DE MUERTOS

Estoy esperando
a que venga la muerte,
en la mesa de la ofrenda
puse mi vida
y una nota que decía:
llévatela y no la devuelvas
aprópiate de ella
vívela
y si no la puedes vivir:
mátate
para ver si muerta
me olvido de ti.