viernes, junio 08, 2007

EL INFIERNO DE FERNANDO

“Wey, estoy en el infierno, ven no seas ojete”. Escuche apenas contesté el celular. Pasaban las doce de la noche y la frase rebotaba en mi mente tratando de encajar entre un mal sueño o la realidad.
- ¿Quien habla?
- Quién va hablar pendejo: Fernando. Cabrón me esta cargando la chingada, ven.
- ¿Donde estas?
- En “El Infierno” wey… en el infierno.
- Dejate de mamadas. ¿Dónde estas?
- No es mamada, estoy en “El infierno”, así se llama este pinche lugar. Ven cabrón… necesito hablar. – rogó con voz quebrada.

Media hora después lo encontré en el mentado “Infierno”, un bar ubicado en la condesa, decorado con organzas negras y sillones rojos, tan a tono con lo lúgubre de su mirada. Cuando me vio esforzó una sonrisa que a duras penas logró ser una mueca, le dio un trago al vaso que tenía enfrente y aprovechó mi llegada para pedir una siguiente ronda.

A Fernando lo conozco desde hace cuatro años y nunca lo consideré el tipo de weyes que llora, inclusive, creí, no era el tipo de hombres capaz de enamorarse. A sus 36 años había salido invicto de todas sus relaciones, excepto la última. Los daños parecían dramáticos pero lo más doloroso era su incapacidad para enfrentar esas emociones ó quizás la falta de experiencia para afrontarlas.

-Me duele cabrón- Dijo más de una ocasión mientras apuntaba con el vaso hacia su corazón. Hace más de un año, después de seis meses de salir con un cuate, sintió “moversele el tapete” lo cual le provocó pánico y terminó por ponerle fin a la relación. Fue un error de cálculo, me dijo: “Para cuando decidí salirme ya estaba metido hasta el cuello”.

- No mames wey, hace un año que dejaste de verlo - le dije.
- Coño, eso es lo peor, que llevo un año extrañándolo.

Un año extrañándolo y un encuentro fortuito en un bar sirvieron para que Fernando se diera cuenta de que el amor lo había traicionado.

- Lo vi con otro wey – dijo con la voz apretada - llevan saliendo casi seis meses, pero eso no es lo más jodido, lo que me duele… es que lo vi feliz. Ahora no se que hacer con esta mierda que siento. Dime, wey, ¿Qué hago?

Lo miré, tenía los ojos de un niño asustado.

- ¿Quieres otra? – pregunté
- Si ¿tu?
- También.
- Dime cabrón ¿Qué hago con el amor que siento? - Reinsistió
- Ni puta idea, Fernando... ni puta idea.

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