jueves, noviembre 03, 2005

APOTEOSIS DE UN VOLADO

¿Para que sirven los recuerdos?, que mierda, ¿que son los recuerdos?, ni puta idea y en este momento no pienso responder esas dos preguntas, es más: me vale madres; y si soy franco, las he escrito más para justificar mi estúpida visión de que al escribir debo poner algo interesante. A la chingada, actuaré como un pintor quien después de los primeros trazos tiene de dos: seguir o mandar al diablo el lienzo... he decidido seguir.

El caso es (y toda esta mamada empezó por eso) que no se porqué carajos me acordé de mi ex, con quien compartí ocho años de mi vida y a quien le debo muchas de mis frustraciones. Recordé cuando ambos teníamos 22 años y compartíamos la ambición por tragarnos la vida, los sueños y los esquemas... los estúpidos esquemas que terminaron siendo nada más que un ridículo juego de azar. Ambos abogados, uno: fiel creyente del estado de Derecho, las instituciones y del añejo ideal de un mundo mejor; el otro: fiel creyente del precio de las instituciones, del costo de la honradez y de las leyes, de la falta de calidad humana y de su inquebrantable belleza, cuya única gran virtud era mi urgente necesidad de amarla.

Pues bien, ambos crecimos estereotipándonos y forjamos, lo que entre los dos llamamos, nuestro patrimonio: un conjunto de bienes muebles, inmuebles y demás objetos que el hombre actual necesita para llenar su vacío existencial (no fuimos la excepción). Años después de haber iniciado aquel inútil viaje en el tiempo, nos creímos la versión de nuestras emociones del uno hacia el otro y nos amamos, tanto nos la creímos que empezamos a olvidarnos de ella.

Los años nos hicieron viejos y dejaron estragos, ambos decidimos darle en la madre a la apoteosis de nuestra historia y al final quedaron los bienes, ahí: inmóviles, mirando, esperando el siguiente acto, esperando al heredero que tantas veces invocamos, esperando nuestra muerte, el fin, la destrucción. Una tarde antes de separarnos físicamente y terminar con todo, nos reunimos en la sala y empezamos por dividir los objetos: esto es tuyo, esto es mío y nuevamente las cosas entraban en acción, despertando la ambición y el odio (de por si bien vivo). Entrábamos en disputa por una litografía, un candelabro, una pendejada. Mi ex no pensaba en ceder, jamás lo hizo en un tribunal, en un juicio de divorcio: no lo iba a hacer en su propio divorcio. Nos miramos y llegamos al brillante acuerdo: Un volado: águila tú, sol yo.

En un volado resumimos el pasado, dejamos que el azar repartiera los objetos, los recuerdos, la miseria y la ilusión. Sentados dentro de una fría habitación, con poca luz y con el alma desgarrada y los recuerdos quebrando la respiración, los dos, uno frente al otro, empujabamos una moneda para decidir quien ganaba y quien perdía... hoy sólo trato de ubicar en qué puto momento la moneda me obligó a cargar con este pinche recuerdo que hace bulto en mi cerebro.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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