Hoy me dio por jugar con las sombras. Perdí la destreza adquirida en la infancia, pero quería saber si seguían ahí. Bastó entretejer las manos para invocarlas y ahí estaban: el conejo lucía un poco más gordo y el camello peleaba su lugar con lo que parecía un caballo. Lo más sorprendente fue descubrirme mirando con los ojos de niño. Las sombras, lo oscuro, la ausencia de luz, las tinieblas se disiparon para dejar paso a la ilusión, la fantasía, la magia. Sentí un poco de nostalgia por mis ojos de niño. Mirar con ellos el mundo debe hacerlo parecer muy distinto.
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