viernes, octubre 12, 2007

Las inconveniencias del amor

La noche en que se conocieron Pedro e Iván, estaban calientes y buscaban en el Chat alguien con quien coger. Cosa tan común para los dos, pero a diferencia de otras ocasiones ni uno ni el otro censuraron sus ganas con pláticas exigentes, búsquedas de coincidencias o en descubrir si existía o no el amor para ellos. Sencillamente, cada uno por su lado, querían aplacar la hormona que durante toda la tarde trajo a Pedro tentado a jugar con su dildo y a Iván a hacerse una chaqueta.

La conversación fue breve: Iv74 (Iván) le abrió ventana a Peter31 (Pedro), que para esas horas ya estaba harto de invitaciones para platicar o para conocerse, quería “una verga en el culo” y así se lo dijo a Iv74. Para él, si bien las fotografías de Peter31 no le decían mucho, la disposición de su cibercontacto le significó la salida más honrosa antes de jalársela. El hecho de que ambos vivieran en la Condesa facilitó las cosas: en menos de treinta minutos ambos estaban frente a frente, midiéndose la química y manoseándose mientras se desvestían: ambos presurosos, urgentes, deseosos de acabar con ese apetito sexual que los traía locos.

Pedro jamás imagino que esa noche se sentiría impresionadamente enamorado: lo supo cuando vio a Iván desnudo: delante de él se erigía, orgulloso, un enorme falo, tan grande que en algún momento dudó de su capacidad de recepción. Iván sonrío y se irguió, como un toro luciendo sus pitones ante un torero asustado por su presencia.

Ninguno dudó de la química, Iván logró meterse en Pedro y éste sintió por segunda ocasión la perdida de su virginidad, o lo que quedaba de ella. Pedro tenía seguro algo: ninguno de sus amantes más dotados, y tenía de donde tomar referencias, había llegado hasta donde llegó esa noche Iv74 (aún no se acostumbraba a llamarle Iván). Estaba sorprendido por su propia capacidad receptiva y se sentía orgulloso de tener en su cama una verga digna de ser envidiada por cualquier actor porno y más aun que la tuvo dentro de él, tan dentro que le movió el corazón.

El esfuerzo de su contacto, enterneció a Iván. Era el primer hombre que lo recibía sin ponerle límites a su tamaño y que se demostró plenamente complacido. Pedro jamás le dijo que el ardor en el culo no lo dejó dormir esa noche.

A la mañana siguiente, Pedro despertó y no pudo resistir las ganas de levantar las sábanas para mirar el pito de Iván: es maravilloso, pensó, después suspiró y se sintió enamorado. Decidido a conquistarlo salió de la cama para preparar el desayuno. No lo dejaré ir, pensó.

Como muchas de sus relaciones ésta no duró más de seis meses. El final comenzó aquella infausta tarde en que ambos salieron con los amigos de Pedro. En esa ocasión, Iván se dio cuenta que estaba esfumándose ante la mirada lujuriosa de la gente. Poco a poco sus manos, sus brazos, sus piernas, su rostro, su nombre desaparecía, todo menos su enorme verga; la cual crecía potencialmente delante de todos. Pedro no se sorprendió; por el contrario, le entusiasmó ver la mirada envidiosa de todos sus amigos: tenía a su lado la verga más grande, gruesa y dispuesta con la que él siempre soñó, con la que cualquiera hubiera soñado.

A los pocos minutos, Iván desapareció devorado por su propio pito; tuvo que luchar contra si mismo por imponerse ante los ojos de Pedro y de sus amigos. He ahí la causa del rompimiento entre ellos: Iván, desesperado por la metamorfosis y en un intento por auto confirmarse, gritó NO SOY SOLO UNA VERGA. Todos callaron propinándole sendas miradas de desaprobación. Iván tenía razón: detrás de aquel enorme falo estaba un pequeño hombre de cuya existencia nadie se percató, ni siquiera Pedro; quien sintió rompérsele el corazón al darse cuenta que el amor de su vida estaba unido a otro hombre. Eso no lo pudo tolerar, podía vivir con una enorme verga pero nunca con el hombre que estaba detrás de ella.

Nunca más volvieron a verse, Pedro reinició la búsqueda de ese gran amor que le llenara el enorme vacío e Iván volvió a disfrazarse de falo con esperanza de que alguien, algún día, lo mirara a los ojos y no a la bragueta.

jueves, octubre 11, 2007

Autorretrato 3

Giro, giros, gritos,
miro mi sombra derramada en el piso
extendida desde mi pies
huyendo de la luz
parece una piel
de la que he mudado
ecdisis existencial.

Intento pisarla y huye
apago la luz y ya no esta…
yo tampoco.

jueves, agosto 23, 2007

Autorretrato 2

Joder con esta mierda, este pinche blog empezó como una forma de matar el tiempo y contar cosas cagadas y no tan cagadas de la puta vida (y en su caso de la vida puta). No he sido un bloguero disciplinado y constante, pero últimamente antes de dormir (puteado por el trabajo) me acuerdo de este pinche rincón ignomioso y me pesa no haber escrito nada. En ese momento siento como que no me lave el hocico o no me limpie bien el culo y se vuelve una pinche obsesión jodida que he logrado apaciguar leyendo a Bukowski, a Serna (que bueno es ese cabrón) o viendo cualquier programa en la TV, hasta que me quedo jetón. Al otro día es lo mismo y lo mismo, hoy es lo mismo, siento como una obligación de alimentar a esta pinche memoria cibernética en un puro acto de exhibicionismo, de ventilar las mamadas de la vida de mis cuates, el mostrarme en mi estupidez emocional valiéndome madres que alguien observe los pliegues de mi consciencia. Y es que he caído en cuenta que el trabajo me absorbió de tal forma que me ha dejado sin vida, al grado que no hay nada interesante que contar, es decir no he cogido, no me he topado con las tropelías de una vida inútil, con las confesiones de una crisis pretenciosa y me he vuelto una pinche cucaracha kafkiana tan de hueva que me podría asfixiar con una rociada de raid mata bichos. Asi que si un wey (no me acuerdo quien) dijo que un escritor escribe para vivir yo necesito vivir para escribir, quizás ahí me doy cuenta porque no soy escritor y si un simple bloguero cuya vida se ha vuelto de hueva, así que le meto emoción a mi vida o husmeo (como suelo hacerlo) en la vida de mis cuates y les cuento.

El final de la batalla

Con los labios impregnados por sus besos,
confieso,
en la ruinas de mi alma,
bañadas con los ríos de mi sangre, lo grito
estoy derrotado
tendido en el árido valle del desamor
espero, moribundo,
la estocada final del desengaño
sírvanle de botín mis brazos
mi pasión de lumbre para la pira de mis restos

No hay misericordia para la derrota
ni clemencia para el caído
entre el hedor de mi silencio, suplico
rieguen cal sobre mi cuerpo
tantas veces penetrado
por su lanza de carne y orgullo.

Que la victoria corone sus dulces sienes
y grabe en el patio de su olvido
mi nombre
sin epitafio, ni ceremonias,
pues en el cementerio de los ilusos
sobran palabras
cuando palabras fueron
la causa de mi derrota.

viernes, julio 13, 2007

Sólo un favor

A Sergio.
My baby shoots me down, Bang Bang.
.
Me hace falta alcohol para calmar el ardor de mis labios, para embriagar un poco este miedo de tenerte cerca y no horrorizarme cuando te vayas. Bebes de la misma botella que yo y mientras lo haces veo en tu cuello el movimiento de tu garganta. No se si es tequila o anís, a lo mejor estamos tragando ron, ya no se con cual empezamos. Te burlas de mi sed y agitas la última gota que cae rendida sobre tu lengua; me lanzo sobre ti y te chupo los labios en un intento por no dejar esta ebriedad. No me importa estar en plena calle: sabes a deseo. Me empujas y sigues riéndote. No tenemos más dinero cabrón. Te veo caminar hasta la camioneta y es imposible no recordar a mi padre gritándome por el celular que la regrese. Sonrío cuando te veo regresar con el envase de cocacola lleno con agua jabonosa. Vamos, me dices. No era necesario sabias que iría tras de ti. Me siento en la banqueta para verte. Esperas el rojo del semáforo y corres a limpiar parabrisas. Tienes los ojos mansos y los movimientos de un toro de lídia. Regresas y me entregas diez pesos, como cuando conseguiste thinner con los chavos del cruce de Reforma y Bucareli o cuando cambiaste el nokia por tres pomos y un churro. Tengo sed. Juntamos lo suficiente y vamos por la botella de aguardiente. Siento el ardor del alcohol quemar la sequedad de mi boca. Pides que te de un trago. Te lo niego y levanto la botella con mi mano, alejándola de ti. Alcánzala chaparro, te digo. Tu esfuerzo se reduce a un abrazo, al que cedo sin mayor resistencia.

Te has quedado callado. ¿Desde hace cuantos días, cualquier lugar es un sitio conocido? Nos miramos, es tiempo de irnos. Siento nostalgia por dejar esta ciudad. Adelante hay otra mejor, aseguras y retornas a tu silencio; te pregunto en que piensas. Creo que uno de estos días es mi cumpleaños, me dices mientras subimos a la camioneta, cumplo veintiocho. Te beso y no se cuanto tiempo pasa antes de que encienda el motor. Tienes la mirada con la que te conocí, esa que pones cuando te da miedo seguir adelante. Yo también siento miedo. Lo sabes, por eso pones tu mano en mi nuca, acaricias mi cabeza y le das un trago al aguardiente, me lo pasas y bebo. Nunca te lo he dicho, ni te diré que te amo porque representas mi propia destrucción, suavizo la frase y te digo: Este es un amor que nos condena a morir. Lo sé, siempre lo he sabido, pero si estoy contigo me muero, si estoy sin ti también, me lo dices mientras fijas la mirada en el camino. ¿Qué hacemos? Te pregunto mientras acaricias mi cuello y jalas mi mano para besarla. ¿En la siguiente curva me sigo derecho? Me miras y haces un si con la cabeza.

Sólo un favor: abrázame fuerte cuando la camioneta salga de la carretera.

jueves, junio 28, 2007

...

El verdadero hombre inteligente es el que aparenta ser pendejo delante de un pendejo que aparenta ser inteligente.

miércoles, junio 27, 2007

La búsqueda de Marco

A las cuatro de la mañana, Marco despertó con ganas de mear. Se levantó y camino al baño. Cuando regresaba, sus pies adormilados tropezaron y cayó de frente, reventándose la boca contra la base de la cama. Rápido se incorporó y corrió a verse en el espejo de muro. Lo que vio lo dejo paralizado: Al centro de su habitación, con el labio partido, sangrando, estaba él: solo. Nunca antes la soledad lo espantó tanto como esa madrugada. No durmió más.

A la mañana siguiente fue directo al dentista para verificar que todo estuviera bien. El único daño que le encontraron fue la hinchazón. Eso lo tranquilizó: su imagen debía estar perfecta, sobretodo porque decidió buscarse una pareja. Durante sus treinta y cuatro años, sólo tuvo dos novios y muchos amantes esporádicos. Con el primero duró dos años y con el segundo ocho meses, con ambos terminó por la misma causa: no eran lo que esperaba. Si bien, siempre albergó el deseo de tener una pareja, ahora no solo lo deseaba, era prioritario tenerla. Lo buscaría por “cielo, mar y tierra”, decidió que el siguiente sábado saldría con sus amigos, aceptaría todas las invitaciones a reuniones y se “daría” la oportunidad de conocerlos, estaba dispuesto a agotar todos los medios para encontrar al hombre adecuado.

De regreso en casa, Marco encendió su PC y pagó la suscripción a una página de contactos en Internet. Rápido escribió su nick name “Marquisimo73”. Edad: 34 años. Ocupación: Administrador. Titubeó en el apartado donde le pedían describirse: Máximo 500 caracteres. Es demasiado, pensó. Ya había puesto su edad y ocupación, obvio era gay. ¿Qué más? Después de pensarlo escribió: “1.80, versátil, súper simpático, viajero, trabajador, culto, buen partido; esto último lo borró, dudó y lo reescribió.

El siguiente apartado era: “Lo que buscas (Máximo 500 caracteres)” Consideró muy poco espacio para escribir sus peticiones: Había que resumir. Escribió: Busco con quien compartir mi cama. Lo releyó y después de una autocensura lo borró: Busco con quien compartir mi vida. “¿Cómo debe ser?” se preguntó. No podía ser tan frívolo de enumerar sus exigencias físicas, pero tampoco las podía negar. “Un hombre alto, varonil, guapo (titubeó. Sí guapo, pensó) de gym. Que sea fiel” Cuarenta y siete caracteres. “Solvente, culto, apasionado” Sesenta y cinco caracteres con espacios incluidos. La tarea empezó a resultarle odiosa. Pensar en qué ofrecerle a una persona o que esperar de una persona nunca fue algo que le ocupará. “Sencillamente, quiero una pareja” finalizó.

Durante los meses siguientes Marco se concentró en recibir a todos sus candidatos. En encontrar a esa persona; que como príncipe azul “acabaría con su soledad”. No tardó en darse cuenta de lo complicado de la tarea. Tenía claro que su búsqueda estaba centrada en una empatía personal y esa fue una prioridad en el inicio de la selección. Así llegó “Omar_surdf”, un tipo que a juzgar de Marco no era “el más guapo” pero después de platicar en el Messenger le pareció un tipo culto y aceptó conocerlo. A la cita acudió enfundando con su camisa, jeans, loción favorita y con Salvador Dalí como el elemento que justificaría su déficit cultural. Poco le duro la emoción. Su prospecto calificó a Dalí como sólo un punto de referencia en el movimiento surrealista y empezó a referenciar nombres desconocidos para Marco. La cita no duró más de treinta minutos. Tiempo que le pareció sumamente incomodo ante la mirada de Omar de “este wey no sabe nada”. Al despedirse, halagó su “platica interesante” y sugirió “lo padre que debe ser ir a un museo contigo”. Omar le sonrió con un “cuando quieras” y se despidieron convencidos de que no volverían a verse. Arrogante, pensó Marco. Pretenciosa, pensó Omar. Llegando a casa, Marco borró la palabra “culto” de sus características y de sus búsquedas.

Después conoció a aquel hombre de 34 años, quien le envió la fotografía de un abdomen espectacular y unos ojos de encanto, y que resultó ser completamente opuesto a lo previsto. Salió también con el del cuerpo trabajado en varias horas de gimnasio y quien descartó a Marco por la “pequeña lonjita” marcada en su cintura. El otro que solo buscaba sexo y que él complació a cambio de pasar toda la noche juntos. Uno más a quien Marco eliminó por considerarlo un “pobre diablo”. Su paciencia parecía estar a prueba y es que en muchas ocasiones, la autocrítica era una característica que tanto él como sus “contactos” olvidaron practicar.

Una tarde llegó Martín, un tipo de 1.75 metros de altura aunque realmente media un metro con setenta. Carajo dije alto, pensó Tavo pero no se opuso a conocerlo, era un tipo galán y, si bien no era de “gym”, era un tipo esbelto. Acordaron salir por segunda ocasión; la plática fue amena y ambos parecían interesarse. Marco sintió acercarse a lo que buscaba “aunque sea chaparrito”. El siguiente mes continuaron viéndose. Martín se interesaba en Marco y él por primera vez exhibía ante alguien “la maravillosa persona que soy”. Le platicó sobre sus metas, su trabajo, los logros en su vida, lo divertido que es como viajero, su necesidad de amar, su urgencia por compartir la vida, su gusto por Dalí y lo aburrido que le parece la “gente densa”. Quería bailar con el, salir a cenar, lo presentaría con sus amigos, le abriría las puertas de su vida y compartirían la imagen frente al espejo. Martín lo escuchaba.

Al segundo mes Marco decidió dejar de verlo, se sintió incapaz de estar con alguien de un metro setenta centímetros y cayó en cuenta de que su “amigo” era un desconocido. Encontraré uno mejor, se convenció. Martín regresó a la virtualidad sin la posibilidad de ser escuchado, despojado de la oportunidad de hablar de él.

Esa misma tarde, Marco reingresó a la página de contactos y se sintió tranquiló al ver el número de mensajes recibidos. Le esperanzaba la idea de encontrar al hombre que buscaba entre los 22,251 usuarios conectados en la página de contactos. Debe haber uno, se convencía. Había varios. Los tenía en frente pero era incapaz de verlos, estaba cegado por las expectativas, impedido por su urgencia de ser escuchado, negándose asimismo la posibilidad de conocerlos. Después de varios minutos, desistió de su búsqueda. No hay ninguno de mi nivel, se dijo, caminó hasta su recamara cuidando de no tropezar con el tapete y durmió dándole la espalda al espejo para no verse, como otras noches: solo.

jueves, junio 14, 2007

Autorretrato 1

Las horas se arrastran sobre las calles, lentas,
ajenas a la urgencia de la tarde moribunda,
nada se puede hacer cuando como hoy
las consonantes se me escapan
entre las vocales de tu nombre.

miércoles, junio 13, 2007

Pifia 1

Tengo ganas de coger. Tuve un día muy jodido: mi jefe reventó en gritos por cualquier pendejada, nosotros nos encargamos de cagarla y dejarlo afónico. El tráfico en esta ciudad es una mierda: tardé hora y media en llegar a casa. Apenas entré, pensé en llamar a Luís. Después de varios meses saliendo con él empecé a quererlo. El dice estar enamorado de mí. Me recosté para descansar las piernas y el cansancio me traicionó. No se cuanto tiempo después me despertó el timbrar del celular. Era un mensaje suyo: “Ayer te disfrute mucho. Cuando repetimos?” Lo leí dos veces antes de contestar: “Hoy. Hace una semana que no nos vemos” le recordé. Tengo ganas de coger y hueva de buscar otro wey.

viernes, junio 08, 2007

EL INFIERNO DE FERNANDO

“Wey, estoy en el infierno, ven no seas ojete”. Escuche apenas contesté el celular. Pasaban las doce de la noche y la frase rebotaba en mi mente tratando de encajar entre un mal sueño o la realidad.
- ¿Quien habla?
- Quién va hablar pendejo: Fernando. Cabrón me esta cargando la chingada, ven.
- ¿Donde estas?
- En “El Infierno” wey… en el infierno.
- Dejate de mamadas. ¿Dónde estas?
- No es mamada, estoy en “El infierno”, así se llama este pinche lugar. Ven cabrón… necesito hablar. – rogó con voz quebrada.

Media hora después lo encontré en el mentado “Infierno”, un bar ubicado en la condesa, decorado con organzas negras y sillones rojos, tan a tono con lo lúgubre de su mirada. Cuando me vio esforzó una sonrisa que a duras penas logró ser una mueca, le dio un trago al vaso que tenía enfrente y aprovechó mi llegada para pedir una siguiente ronda.

A Fernando lo conozco desde hace cuatro años y nunca lo consideré el tipo de weyes que llora, inclusive, creí, no era el tipo de hombres capaz de enamorarse. A sus 36 años había salido invicto de todas sus relaciones, excepto la última. Los daños parecían dramáticos pero lo más doloroso era su incapacidad para enfrentar esas emociones ó quizás la falta de experiencia para afrontarlas.

-Me duele cabrón- Dijo más de una ocasión mientras apuntaba con el vaso hacia su corazón. Hace más de un año, después de seis meses de salir con un cuate, sintió “moversele el tapete” lo cual le provocó pánico y terminó por ponerle fin a la relación. Fue un error de cálculo, me dijo: “Para cuando decidí salirme ya estaba metido hasta el cuello”.

- No mames wey, hace un año que dejaste de verlo - le dije.
- Coño, eso es lo peor, que llevo un año extrañándolo.

Un año extrañándolo y un encuentro fortuito en un bar sirvieron para que Fernando se diera cuenta de que el amor lo había traicionado.

- Lo vi con otro wey – dijo con la voz apretada - llevan saliendo casi seis meses, pero eso no es lo más jodido, lo que me duele… es que lo vi feliz. Ahora no se que hacer con esta mierda que siento. Dime, wey, ¿Qué hago?

Lo miré, tenía los ojos de un niño asustado.

- ¿Quieres otra? – pregunté
- Si ¿tu?
- También.
- Dime cabrón ¿Qué hago con el amor que siento? - Reinsistió
- Ni puta idea, Fernando... ni puta idea.

viernes, mayo 25, 2007

7 de junio 2007

PARA AQUELLOS QUE AUN CONSERVAN
LA ESPERANZA DE UN MUNDO MEJOR
O
PARA AQUELLOS QUE NECESITAN
UN PRETEXTO PARA TOMARSE EL DIA


lunes, mayo 07, 2007

DOMINGO EN EL ZOCALO

Eran las cuatro de la mañana cuando llegamos al centro histórico, dejamos el carro antes de eje central, cruzarlo era imposible. Las calles del centro estaban tomadas por hordas de gente con hoja de registro en mano, los más. Ahí caminaba el hombre de la bata de baño color vino, el de los boxers, la de vestido de noche y sus acompañantes con los rastros de un smoking, aquellos otros con pants, todos vestidos adecuadamente para desvestirnos.

Las filas de hombres y mujeres formaban una, dos, cinco serpientes que se extendían sobre 16 de septiembre, Palmas y Madero. Todos dispuestos, ansiosos, con la calma necesaria para vencer a los prejuicios, a las inhibiciones, al frío de la madrugada. Nos preguntábamos, alguien respondía, tratábamos de adivinar el número de participantes. Cercano a la espalada del de enfrente, cruzamos la valla de seguridad con nuestra hoja de registro extendida, así lo exigían los organizadores. ¡Avance! ¡rápido! ¡rápido! gritaban los policías, los organizadores, 150, 210 personas por minuto ingresábamos a la plaza de la constitución.


Cruzar la primera barrera fue un logro, se respiraba mejor en el Zócalo. Las inhibiciones, la vergüenza se quedaron detrás de las vallas, nunca creí que correría para no perderme la oportunidad de desnudarme en público. A través de un altavoz una mujer daba indicaciones: “Por favor no se desvistan hasta que se les ordene” “Esperemos que el sol salga por el este”. Esperar: una palabra contraria a los ánimos, un verbo que no distinguía su connotación, perdido entre la calma y la esperanza. Caminamos por los portales, como muchos lo hemos hecho en un diario trajinar por la ciudad. Sentados sobre el arroyo vehicular estaban todos: la mujer de 60 años cubierta con una breve chamarra, el hombre en silla de ruedas, el universitario, el oficinista, la pareja que se abraza y se convence de vivir juntos una experiencia más, las chavas preparatorianas, los amigos que prefirieron no dormir esa noche, los más de dieciocho mil mexicanos con la mirada cargada de emoción y complicidad. En unos minutos todos compartiríamos nuestra intimidad.

Hombro con hombro, sonrisa contestando a una sonrisa, aún vestidos descubríamos en nuestras miradas el valor por vencer nuestro pudor, el que ya no importaba, nos mirábamos y nos alentábamos. El orden no lo pusieron los organizadores, lo traían los participantes, tratábamos de organizarnos, de voz en voz nos pasábamos las indicaciones, preparándonos para salir bien en la foto, contrarrestando el mal sonido, nada haría que esta experiencia fallara. Un “México, México” otro “Goya” reventaba en el Zócalo mientras mirábamos al cielo, tratando de adivinar con el breve azul de la mañana la hora exacta. De pronto, en la cúspide de una escalera, Spencer Tunick saludaba a los asistentes. Una ovación hacia él, hacia nosotros, hacia la desnudez, hacia el arte. Callamos todos queríamos saber donde dejaríamos nuestra ropa, el lugar donde esconderíamos nuestro pudor, nuestros atavismos.

Nuevamente se nos pidió esperar, el más ansioso se inclinó para desanudarse los tenis, era una carrera contra el sol y nadie quería que la foto saliera mal. Uno, dos, tres, ¡Naked! Era el momento. En movimientos que parecían ensayados durante todo un mes nos despojamos de nuestras ropas, nos arrancamos el último rastro de pudor y caminamos, corrimos hacia la plancha del Zócalo. Ante los ojos todo era desnudez, ríos de cuerpos humanos moviéndose en una sola dirección, con la confianza del que te precede y el respeto al que te antecede, formando un acto per se artístico donde el ser humano se expone así mismo como la cúspide de la estética.

La sonrisa pintaba todos los rostros: en un acto de atrevimiento, de sorpresa, de liberación, de demostrar que el cuerpo no es sexo y que la desnudes no es pornografía. Corríamos en un escenario con el que nos sentimos identificados, el piso era menos duro de lo pensado, el frío no era tan grave, la libertad nos hacia ligeros. No era importante el sobrepeso, las estrías, los senos pequeños, grandes, el tamaño de los genitales, la cantidad de vello púdico, la celulitis, todos nos veíamos hermosos.

Llegó la primera indicación para formar filas, “llenar el hueco de atrás” risas. “Posición A” “Miren la cabeza del de enfrente” “No se muevan”. No nos movimos, serios como quien posa para una fotografía tamaño infantil, como si la cámara estuviera delante de nosotros, sin parpadear, evitando movernos, serios. Siguiente toma. Aplausos. Se coreó uno, dos, tres “México”, una ola que corre a través de la plancha del zócalo en una marea de desinhibición.

La posición no ensayada, pero que todos conocíamos: “Saluden a la bandera”. “No hay bandera” gritó uno. El lábaro patrio no ondeaba en el Zócalo, hay quienes consideraron nuestra desnudes una afrenta contra los símbolos nacionales, pero eso no resultaba importante, estábamos ahí, en el corazón de la patria, desnudos, sin ropa, sin bandera, solo con nosotros mismos y nuestra mexicanidad encima. La mano en el pecho, con el respeto aprendido en la escuela, formado uno tras otra, saludando a un símbolo ausente, uniformados con nuestra piel, extendiéndonos como un lienzo sobre el centro de la ciudad de México. Los colores patrios tomaban un matiz distinto: el color de su gente.

La posición B nos llevó al piso, acostados sentimos el frío en las nalgas, en la espalda, los pies del de al lado, trenzados uno con otro, cerca, muy cerca, vestidos solo con nosotros mismos mirabamos el cielo. “Levanta la cabeza y ve a tu alrededor” invitaban algunos, atrás los organizadores con altavoces pedían que las bajáramos. La vista valía el atrevimiento: Un lago de cuerpos humanos arremolinado en la base del asta bandera era una imagen imposible de olvidar. La foto esta tomada, alguien grita: “¡Carajo!, salí con los ojos cerrados” arranca risas mientras nos levantamos.

Posición C. Hincados en posición fetal con la cabeza dirigida hacia catedral: “Norberto Rivera el pueblo se te encuera” corean algunos. Risas, uno a uno va tomado posición y la vulnerabilidad queda expuesta, todos miramos al que teníamos atrás en busca de una tregua, un silente “nada más no me mires donde no debes”. Hubo quienes no se aguantaron las ganas y gritaron: “No levantes la cabeza” “Nada más no se pedorreen” y la foto no llegaba. Apretábamos las nalgas y uno que otro echaba una mirada perdida en el rincón del de enfrente: “Me vale madres que me vean el pito y las nalgas, pero no me vean el culo” gritó alguno. El tiempo pasa y las indicaciones no paran: “Ya tómala cabrón” “Cabrón estas tomando una foto no estas dibujando”. Las piedras se encajan en las rodillas, en los codos. Silencio, es tiempo para que se tome la foto. Un fuerte aplauso y la cara de “que pinche posición” era general. Lo más difícil había pasado. Nos levantamos y no negamos la ayuda al de al lado, entre nosotros mismo, conociéndonos o no, nos sacudíamos el polvo, de donde no nos alcanzaban las manos: la espalda.

Los organizadores pidieron que los siguiéramos, caminamos hacia 20 de noviembre. Seguíamos las órdenes dictadas a través de altavoces. Fue difícil no asociar la escena con las imágenes del holocausto tan grabadas en el imaginario colectivo. La libertad se sentía en los pies. “Foto por foto, cosilla por cosilla” se coreaba, “Foto por Foto, desnudo por desnudo”. Caminamos una, dos, tres cuadras, alejándonos del Zócalo, jamás creí llegar tan lejos en cueros, cada paso era un poco más de libertad conquistada.

En las bocacalles hubo quienes miraban. “Morbosos” Les gritábamos “Que se encueren” coreamos. En el techo de un hospital, mirones se resistían a ceder ante la presión, un médico se quita la bata, la gente aplaude, la camisa, gritos alabando el valor, no se atreve a quitarse los pantalones y la rechifla se le va encima. Hay quienes prefieren esconderse para no ser invitados al desnudo. La ciudad era nuestra, era el retrato de una sociedad utópica donde las clases sociales se difuminan, el color de la piel forma un mosaico y la diferencia de cuerpos definen una totalidad. Brazo izquierdo levantado. Brazo derecho.

Caminar de regreso al Zócalo, la sonrisa en los labios es menos evidente pero la cara de satisfacción nos hace cómplices. Vamos satisfechos. Los hombres a vestirse, las mujeres al centro, la imágenes del holocausto ya no son tan presentes, hemos arrancado de nuestro imaginario colectivo lo inhumano para dejar en ello la belleza de lo humano.

Nos vestimos sin prisa, con calma, renuentes a regresar a esa cotidianidad de prejuicios e inhibiciones, a recuperar tu Yo. Salimos del Zócalo dejando en la cámara de Spencer Tunick la imagen de una sociedad dispuesta a demostrar su belleza y llevándonos cada uno de nosotros un pedazo de libertad.


jueves, abril 19, 2007

¿Coger ó hacer el amor?


Después de cuatro años de no verlo, ni saber nada de él, me reencontré con Alberto; un viejo amigo con quién compartí muchas borracheras y noches de antro durante la década de los veinte. Nuestras vidas tomaron un rumbo distinto cuando a los 29 su galán en turno le pidió, después de tres semanas de conocerse, formalizar su relación. El ilusionado Beto aceptó. La noche que me lo comentó escuche todos sus proyectos en común: renta de un departamento, compra de muebles, ambos eran perreros, tendrían dos yorkshire, reuniones con amigos, el primer viaje lo harían a París y sobre todo: “a hacer el amor, mucho, toda la vida”

Después de su luna de miel, me escribió un mail en el que adjuntó algunas fotos y una breve nota: “Estoy feliz, he dejado todos los males de la soltería para dedicarme a hacerle el amor a mi gordo”. Con el tiempo y al no recibir noticias de él me di cuenta que en la lista de “los males de la soltería” iba yo incluido.

Así nos reencontramos: él, enfundado en su vida perfecta buscaba muebles para remodelar su estancia mientras yo perseguía a un “ligue” hasta el área de alfombras. Estaba tan entretenido mirando las fenomenales nalgas de mi soltero compra-tapetes que no me di cuenta cuándo y en qué momento llegó. Sí, era yo responsable por haber ingresado en el espacio dominado por los aspirantes a sociedad en convivencia: el departamento de Hogar en El Palacio de Hierro Durango. Siempre evité esa área porque los solteros pertenecemos al departamento de caballeros y sólo los “elegidos” pueden bajar al sótano para amueblar sus sueños. Y como yo no tenía con quien soñar, el único consuelo era seguir soñando con un candidato.

Después de un saludo más atropellado que el que hubiese tenido con el señor compra-tapetes-ya-se-fue, decidimos tomar un café. Ahí, sentí la incomodidad generada por el reencuentro con un “viejo amigo” que hace años pasó a ser un conocido y después un desconocido. Alberto salvó el momento “había mucho que contarme” Primero: lo sucedido en su vida: Segundo: lo sucedido en la vida de Luis: Tercero: la vida y gracia de los perros. Cuando llegó mi turno la única opción para extender mi relato era mencionar a aquellos con quienes compartí la cama pero para no hacer consciente mi promiscuidad me sujeté a hablar sólo de mí.

- ¿Y sigues de pito fácil ó ya le bajaste? – Me preguntó desde su silla de monógamo enamorado.
- ¿Tu que crees? – Le contesté, incomodo por entrar en ese tema con un conocido desconocido.
- Que sí –
- Pues sí, sabes que la novedad me calienta. – Me sinceré.

En efecto, si para Alberto hacer el amor era la mejor forma de tener sexo, para mí, el mejor sexo era el coger con un ligue un máximo de dos veces, siempre y cuando la novedad siguiera latente. Alberto necesitaba de su departamento, su cama, sus muebles y los sentimientos hacia y provenientes de Luis para tener el mejor sexo. Yo necesitaba saber lo básico de un wey (su nombre, apellido y número telefónico (fundamental)) para lo mismo. Las emociones no me importan, inclusive, creo firmemente, son las responsables de que el sexo entre pareja se espacié (en el mejor de los casos) o desaparezca (en el peor).

Cada uno defendíamos nuestro punto de vista; no sé si excusando nuestro estilo de vida para evitar sentirnos juzgados desde el extremo contrario ó éramos sinceros al exponer cuál creíamos que era la mejor cama. Ambos fingíamos un poco, Alberto olvidó que una de sus mejores relaciones sexuales la tuvo con un wey del que nunca supo si el nombre que le había dado era real. Y yo no quise mencionar la ocasión cuando después de cuatro encamadas con un wey le dije “me vengo mi amor” mientras eyaculaba. Fue una venida maravillosa, pero también significó la ida de aquel cabrón.

- Pablito ¿No se te antoja hacer el amor? –
- No te sientas rechazado wey, no me gusta repetir - Le dije guiñándole el ojo. En ese momento Alberto se convertía en el viejo amigo de farras, aquel que creía que para entregar las nalgas tenía que existir “amor”
- No seas pendejo – soltó después de una carcajada – Neta ¿No se te antoja hacer el amor? Es decir ¿Coger con alguien a quien amas?
- A ver pinche Beto, más despacio. ¿Tu coges con tu wey ó haces el amor?
- Cojo y hago el amor con mi wey.
- ¿En verdad coges con Luis?

Dudó en la respuesta. Estábamos en el punto preciso de la discusión: Cierto que con un free no se puede hacer el amor, lo he dicho: se necesitan primero que nada: amor. Para coger se necesitan sólo las ganas y no debe haber mayor emoción. Mi duda era ¿Se puede coger con una pareja donde se involucra el corazón?

Alberto me confesó que para romper con la rutina fantasearon con ser dos desconocidos, la experiencia fue buena, después optaron por depilarse para sentir cuerpos ajenos, les funcionó. Esos juegos les permitió vivir un año de buen sexo, ahora se le ocurrió a Luís sexear con el lenguaje. Pero a Beto le incomodó tanto “vas, cómetela, para las nalgas puto, ¿te gusta la verga?” y para disfrutarlo tuvo que eliminar a Luís y pensar en el guardia de seguridad de su oficina.

Acepté no tener tanta imaginación, por lo cual sigo siendo adicto a la novedad, al encuentro furtivo, a no imaginar al guardia de seguridad sino a llevármelo a la cama.

- La verdad, le dije, es que montarte a un wey por primera vez es cómo manejar tu primer coche. ¿Cuántas veces no quieres estrenar coche?

Debo reconocer que como a Alberto se le antoja coger y no hacer el amor, hay momentos en los que a mi aburre estrenar tantos coches, a veces es tiempo de tener un favorito.

Hoy me he quedado pensando en ello, todo empieza cogiendo y todo termina cogiendo. Coges con un wey, sigues cogiendo con él hasta que vas haciendo el amor y después vuelves a coger con él, sólo se amplía tu menú de posibilidades nocturnas: coges o haces el amor. Pienso esta noche en Alberto y se que esta “cogiendo” con Luís, lo habrá vestido de algún personaje exótico. Yo saldré de casa en busca de la cuarta cita… me pone nervioso perder esa novedad que me gusta tanto, pero a veces el amor también resulta novedoso.

martes, marzo 20, 2007

Ovldié tu nborme

Ovldié tu nborme,
por eso te llmaaré istnante
frturvio, sleincsoio, ugrtnee
eíremfo cmoo tu rderceuo.

Ovldié tu nborme,
y tus ragsos los cdnufnoo
slóo me qdeua el rderceuo
de la hmeudad de tus labois

Ovldié tu nborme,
Y praa no ovldirtae
Te rercdoé en los bazros
De tdoos a qiunees llmao iantnste.