No soy puta por necesidad, lo soy por sosiego. Amé a un hombre que me pago mal, no, no, eso fue antes de que empezara en esto. Perdóneme la risa pero se puede mal interpretar. A él no le cobre, a él yo le di todo, tanto, que me dejó sin sin sueños, sin amor, sin ganas. Sólo me dejó su ausencia… su tierna ausencia. Eso es lo único que me quedó de él y es lo único que conservo. Todas las noches duermo con ella, a un lado de mi almohada, entre mis sábanas y pienso en él, así es como mejor puedo mantener vivo su recuerdo y es que le digo una cosa: no lo quiero olvidar porque ese hijo de la chingada me envenenó la piel.
¿Para que le cuento de mi vida antes de él? ¿para que quiere saber su nombre? póngale el que quiera. Usted me pregunto como fue que empecé en esto y se lo estoy platicando. Le puedo decir que yo tenía una vida como todos, hasta un titulo profesional tengo, pero eso no importa, a mi ya me vale madres. Yo me chingue el día que lo conocí: Salí de la oficina como todos los días y me marche a casa, estaba recién casada, camine hasta el metro y en el anden estaba él: con sus ojos grandes y su mirada dura. Mire, ya le estoy platicando de más. Era poco antes de la hora en que separaran a las mujeres de los hombres, cuando el metro empieza a llenarse. Él caminó hasta donde yo estaba y me echó esa mirada como de hipnosis, tenía lo ojos duros, ya le dije. Y me sentí como en los programas que salen en la tele, de cuando se van a aparear los animalitos: como cuando la hembra sede ante la melena del león. Le puedo jurar que ese día sentí como sus deseos se me metían por la nariz; yo no hice más que agachar la cabeza. Hijo de la chingada ¡que bonito sonreía!
El era un cazador, un cabrón cazador, andaba (y ha de andar) en busca de viejas a quien cogerse, ese puto no tiene corazón. ¿Qué si estoy enojada? A lo mejor si. Pero bueno, le decía que ese cabrón no tiene corazón, pero era bien decidido, apenas nos subimos al vagón, sentí como se me repegaba, apretándose contra mis nalgas, yo no sabía si darle una cachetada, reclamarle gritarle, pedir ayuda. Voltee a verlo con ojos de falsa molestia y el cabrón me volvió a echar esa sonrisa que me encantaba. Le juro que no pude resistirme, olía a hombre, a deseo, a un no imposible, a macho en busca de una hembra. No fue como con otros que se quieren pasar de listos y le dan un arrimón a una, no. Este hijo de la chingada, era el macho que yo quería que me preñara, cuando caí en cuenta de eso, ya no puse resistencia. Mire, a lo mejor no me explico, pero como los animalitos, las hembras siempre deciden quien quiere que se las coja. Así me pasó, era el de la melena más grande, el más cabrón de todos los hombres al que he conocido, el único capaz de montarme y así fue.
De ahí nos fuimos a un hotel y yo creo que ahí me terminé de chingar, debí haber sido menos impulsiva, pero la verdad, era difícil de controlar, lo quería sentir, lo quería tener, sentirme poseída por él. Después nos veíamos cada ocho días, así durante un año, luego: desapareció. Sin razón, sin porque, se fue y a mi me dejo con el pecho lleno de amor y la piel de deseo.
Lo busqué hasta en la morgue, pero fue como si se lo tragara la tierra, no lo volví a ver. Llegué al cuarto que rentamos para encontrarnos y él nunca más llegó. Lloré como un mes, día y noche, por eso no regresé nunca más con mi marido, para que no se diera cuenta de mi mal de amores.
Una de esas noches, tirada en mi cama, con la piel ardiéndome, con el pecho apesumbrado, con el deseo por él quemándome como tiza entre las piernas, con su recuerdo vivo: sentí la urgencia de que un cabrón me cogiera y me sacara las ganas que tenía de él. Así que me salí a caminar por insurgentes y ahí levante al primer señor. ¿Que si al primero le cobré? A huevo, a los hombres no les vuelvo a dar nada, cada minuto de mi vida se los voy a cobrar, como sea pero se los voy a cobrar. Esa noche me cogí como a seis, uno tras otro, y solo pensaba en que alguno de ellos me quitaran las ganas que tenía de él, que me lo sacaran de adentro, que aplacaran ese recuerdo que siento en mi piel. Cogí y cogí hasta que el cansancio me venció, después me fui a casa a dormir sin él, encariñada con su recuerdo, porque ese agotamiento también me recordó a él.
A mis clientes yo los escojo, aunque cada día es más difícil: estoy poniéndome vieja. Si, llegué a repetir: hubo uno que tenía el cuerpo y el pito tan parecido al de él que le prometí un segundo servicio con descuento, regreso, dos, tres veces, después se fue. No fíjese, nunca le agarre cariño, pero como me ayudaba a pensar en aquel.
No me pida que le explique porque no me lo puedo quitar, ni yo sé… es más, ya ni me interesa saber porque. Mire, el muy hijo de la chingada, me habló de amor y recuerdo bien clarita la cara que ponía cuando cogíamos. Se que de este pinche cuerpo recibió harto placer, por eso, para vengarme, dejo que otros gocen de él.
Cómo cree que va a aparecer, y si aparece: lo mato. Para que el hijo de la chingada no me quite lo último que me queda de él: su recuerdo y su ausencia, sobretodo para que no me quite estas ganas de vengarme, porque se bien que muerto ya no me serviría de nada. Por eso le digo: yo soy puta por sosiego, porque cogiendo aplaco este dolor que traigo en el pecho y este ardor que traigo entre las piernas. Porque se que si me lo encuentro me ha de hallar así: dándole placer a otros y no sólo a ese cabrón, que me hizo prometerle amor eterno.
¿Y porque le platico todo esto? A lo mejor porque usted mira igual que él o quizás porque también le gustaba harto platicar después de coger. Pero bueno, saque el billete todavía tengo que seguir y no lo tome a mal, pero aún traigo esas ganas metidas en el vientre y me las tengo que sacar, hasta que este pinche cuerpo se acabe.